domingo, 25 de agosto de 2013

EL Bolsaman


Está vestido con un traje hecho completamente de bolsas de basura y en su mano sostiene un pequeño costal plástico negro con objetos desconocidos.
Tiene el pelo largo hasta los hombros y está completamente desaseado, pero se lo cubre con una bolsa plástica negra que utiliza como gorro.
Su rostro es difícil de distinguir a causa de su larga y poca aseada barba. Ésta es tan extensa que tapa todo su cuello, sin duda lleva un par de años sin afeitar y claramente sin lavar también.

Las arrugas de su cara se acentúan debido a la suciedad en ella, la tierra que las cubre destaca los espacios formados entre surco y surco.
Sus manos son pequeñas y regordetas, están mugrientas como las de un mecánico, y es difícil distinguir si es tierra o aceite lo que las tiñe de negro.
Tiene las  uñas  largas (1,5cm a 2 cm) y amarillentas, se puede observar que algunas las tiene rotas en las puntas y otras maltratadas completamente.
Mide alrededor de un metro setenta, pero se encorva al caminar, por lo cual aparenta menor estatura.
Utiliza unas zapatillas rotas y gastadas que terminan de complementar su peculiar vestimenta
Recorre la calle Apoquindo, desde el inicio de la avenida Las Condes, hasta la calle Rosa O´Higgins, ubicada un poco antes de la Escuela Militar.
Se le  puede encontrar frecuentemente  en frente al Stade Francés (12 am a 4 pm) y en la calle Rosa O’Higgins (de 6 pm a 10 pm).
Lo saludo y le pregunto si podemos conversar, su apretón de manos es débil, como si estuviera muy cansado. Levanta la vista y logro ver en su rostro el paso de los años y el rigor de la calle.
Tiene unos ojos saltones que causan miedo, su mirada está perdida, por lo que me pregunto si me está o no prestando atención.
- “¿Conversar de qué?, yo no molesto a nadie”-  me responde, retirándose relajadamente y perdiéndose entre los autos, que esperan la luz verde en la calle Rosa O´Higgins.
Entre la calle hay dos plazas pequeñas,  y desde las plazas varias miradas observan la curiosa escena que  montamos en medio de la calle entre los autos parados.
Me intento acercar una vez mas y me dice calmadamente: “Me day miedo weón erí muy alto”
- Espera, le digo, solo quiero saber tu nombre ¿cuál es tu nombre?
-“¿Tu estay loco weón?, tu creí que porque le preguntai a alguien como se llama esta obligado a responderte, tu sí que estay loco”, responde estirando los brazos completamente.
Su respuesta me deja sin palabras, no sé qué contestarle.
Corro tras él por en medio de la calle y huye de mí.
-“Déjame weón, estoy trabajando”- me grita apresurando el paso
-¡Mira tengo dinero!- le digo, mostrándole un puñado de monedas que saco de mi bolsillo en un intento desesperado e inútil  por llamar su atención.

En un minuto saca un pañuelo  completamente blanco de la bolsa, se suena y lo vuelve a guardar.

-“Yo no quiero plata weón, no te he pedido plata, déjame trabajar weón“, responde una vez más.
  Me voy a una de las plazas y me siento a observarlo.
Camina a paso lento, como si le pesaron los pies. Claramente su traje de bolsa no le permite levantar mucho las piernas lo cual produce un singular caminar. Se pasea entre los autos mirando en su interior. No pide dinero y tampoco comida, no habla solo observa.
Una que otra vez levanta las manos y se lanza al suelo dándose una voltereta pequeña, con mucho esfuerzo se vuelve a levantar y sigue paseándose entre los automóviles.
Si se le observa detenidamente se ve que balbucea algo, pero es imposible escuchar o saber de qué se trata. Su rutina es siempre la misma, va auto por auto mirando adentro sin soltar nunca su bolsa negra y sin apresurar demasiado el paso, como si buscara algo o a alguien. Cuando da la luz verde, se queda inmóvil entre los autos que avanzan o se hace a un lado esperando la próxima luz roja sobre el pasto de la cuneta.
Converso con una señora de unos cincuenta años, tiene el pelo rigurosamente peinado  y viste un delantal. Riega el pasto de una de las cunetas.

 “Todos lo conocen, siempre se “gana” aquí en esta calle, o si no, se va pá má arriba”, me responde rápidamente, sin dejar de regar el pasto ya casi inundado.

¿Y usted no sabe su nombre o algo sobre él?,

Nada- me responde - nunca responde nada, pero no es agresivo el hombre. Una vez  vino un grupo de Testigos de Jehová y lo agarraron a la fuerza, le pusieron ropa y lo limpiaron un poco, pero de inmediato se la saco se tiro al piso y se volvió a poner las bolsa.                       ” Parece que él es feliz así”, concluye.

El semanario, The Clinic, publicó una vez una foto de él, pero sin ninguna reseña sobre su origen o cual es su nombre. En la foto tomada hace 7 años atrás se le puede ver con una vestimenta menos radical a la que usa ahora.   

Edición N°192 semanario “The Clinic”, jueves 16 de noviembre de 2006.Fotografía por  Alejandro Olivares.

De todas las personas con las que conversé acerca del “hombre de las bolsas”                           (quiosqueros, micreros, vecinos), ninguna sabía mayores detalles, solamente creen que está loco y le dicen “Piojitos” o “Bolsaman”


Únicamente un quiosquero me asegura saber su verdadera historia. Me cuenta que él era un hombre muy adinerado y profundamente enamorado de su esposa. Ella fallece y él se trastorna. Sin embargo se vuelve a casar, y poco a poco se convence que su nueva mujer  es su difunta esposa.
La mujer con la que se casó lo estafó y lo dejo con muy poco dinero, me relata, luego lo abandonó, mas él no hace nada, pues cree que es su primera esposa de la cual está profundamente enamorado.

A pesar de todo, me dicen que, el hombre no duerme ni come en la calle, a eso de las nueve de la noche se retira y, según dicen, vuelve a la casa en la cual vivió con su amada y difunta esposa.v

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